martes, 15 de julio de 2014





Un amor imposible
Por Sadyth Macías Ordoñez

Todo empieza cuando un hacendado pierde a su familia en un incendio en el año 1790 salvando únicamente a su hijo Carlos, llevándolo a buscar un refugio en Jesús, llega a un internado para curas. Pasado algún tiempo en este virginal retaso del Oriente catequizaba a los indios el señor Domingo Orozco en tanto su hijo ya joven pasaba por la selva conociendo toda su belleza.


Cierto día por esos sitios vio una joven muchacha de hermoso físico, ágil, ojos claros, rubia y de largo cabello quien será ella se preguntó, su nombre era Cumandá que quiere decir “patillo blanco”. Cumandá era hija del jefe indígena octogenario de Cabeza de Nieve y Pona la Hechicera, tenía a demás dos hermanos que nada se parecían en lo físico ni en lo espiritual a ella, eran todo lo contrario, odiaban a los blancos pero a ella la amaban.

Cumandá era experta en remos y competía con sus hermanos y amigos, les ganaba en destreza, velocidad; Carlos y Cumandá se enamoraron, era un amor puro, los dos se sentían atraídos y habían escogido un lugar en donde dos palmeras crecían entrelazadas era el símbolo de su amor.

Todos los años las tribus del Oriente solían festejar a la orilla del Lago Chimano, se elegía a la más bella de cada tribu, Cumandá era una de las vírgenes y representaba a los záparos. Ella debía concursar para esposa del jefe de tribu y decide que Carlos la acompañe aun arriesgándose de los peligros de la tribu.

Los hermanos de Cumandá se dieron cuenta que Carlos estaba ahí en varias veces quisieron matarlo, pero Cumandá siempre lo salvaba, el gran jefe Yahuarmaqui era un viejo enfermo el cual decidió que Cumandá sea su esposa.

Ya en la luna de miel Yahuarmaqui muere, Cumandá decide huir en busca de Carlos toma una canoa la cual era de él, al llegar al otro lado del río se dio cuenta que Carlos no estaba, pues lo habían tomado prisionero decidieron dar a cambio a Carlos por Cumandá, después de lo ocurrido Cumandá y Carlos se encontraron en un lugar en el cual intercambiaron llantos, promesas, amor entre otras cosas.

Antes de morir Cumandá entrega a Carlos una bolsista de piel de ardilla que sorpresa al verla, en ella se encontraba el retrato de la madre de Cumandá que era la esposa de Domingo Orozco y madre de Carlos. Al saber la noticia trataron de hacer algo positivo, pero ya era tarde Cumandá había muerto.

Pona confirma la verdad Cumandá era la hermano de Carlos, todo era resultado de la venganza de Tubón mayordomo de la hacienda.

Cuando Carlos murió fue enterrado con Cumandá y el padre de él viajo a Quito donde siguió su sacerdotaje y siempre recordó a Carlos y a Cumandá.

La características que predominaron en esta trama fueron la de los personajes principales como:

Cumanda

Cumandá pertenece a la familia Tongana, que vive junto al río Palora, en la unión de éste con el Pastaza.
La joven posee un nombre significativo, sus padres se lo pusieron la primera vez que “la vieron atravesar el Palora a flor de agua, como una hoja de mosqueta impelida por el viento”. Cumandá significa “patillo blanco”.
Es una joven de belleza extraordinaria, diferente a las otras “hijas del desierto”. Predominaba en ella “la pálida blancura del marfil”, su cabellera “sedeña y ordinaria”, “su airoso cuerpo” y “sus ojos, de color de nube oscura.

Carlos

En contraste con el carácter apasionado de Cumandá, que le lleva al sacrificio por amor, Carlos es un poeta, un joven indeciso y pasivo, que ama a la muchacha pero no sabe enfrentarse a las circunstancias que le sobrevienen.
Carlos, además de un bonísimo corazón, debía a la naturaleza el don de clara inteligencia realzado por una ardiente pasión a las musas.

Padre Domingo de Orozco

La descripción del padre Orozco se cuenta en el Capítulo VI: de joven había estado enamorado y se había casado con Carmen, con la que había tenido siete hijos. El primogénito llamado Carlos, cinco hijos varones más y, por último, una niña llamada Julia.
En el alzamiento de los indios en Guamote y Columbe mueren Carmen y sus hijos, excepto Carlos, que estaba estudiando en la ciudad. Su padre había ido a visitarlo ese día, por lo que también se libró de la muerte.
Don José Domingo de Orozco, según el autor, fue culpable del levantamiento por su trato injusto hacia los indios.

Lo que Mera reclama en Cumandá es la imposición de una ideología, de un proyecto político que incluya como términos positivos al cristianismo y al grupo étnico del blanco. De allí que los héroes no puedan escapar a este modelo y que las diferencias con el prototipo europeo sean tan obvias. Lejos de hacer de esta afirmación un patrón de valoración estética, la hipótesis que cierra este recorrido debería conducir a un replanteo del modo de pensar el romanticismo hispanoamericano.

A ello debe añadirse la advertencia de que la novela indianista no elude el "compromiso" político. En medio de los intentos por concretar la organización nacional que habían preludiado las guerras de independencia, Juan León Mera propone recuperar los valores heredados de la colonia, amenazados por la inestabilidad socio-política del momento. Esa recuperación implica, ineludiblemente, la exclusión del indígena como tal, ya que la propuesta social esbozada no lo incluye, a menos que se someta a un proceso de "blanqueamiento", operado, principalmente, a través de la evangelización.

En consecuencia, la introducción de la figura del indígena significa mucho más que una voluntad de exotismo estético. Al respecto, quedan dos caminos posibles: o Cumandá no es una novela indianista, como pretende la crítica; o las definiciones que hasta ahora se han ofrecido acerca del indianismo han sido poco rigurosas, en cuyo caso, de más está decirlo, habrá que revisar también las que se entienden como características privativas del indigenismo.